NUESTROS BARONES RAMPANTES


 
Imagen del Blog: El orden reina en Berlín.


Era mediodía en Villa Ombrosa y la familia del barón Arminio Piovasco de Rondó celebraba el almuerzo. Cósimo, primogénito del Barón, se resistía  frente a un plato de caracoles:”¡He dicho que no quiero y no quiero!”.Ante tan airosa muestra de rebeldía el barón increpó a su hijo para que abandonase la mesa.
Cósimo así lo hizo, dirigió sus pasos al jardín y se subió a una encina y de allí a un árbol frondoso de gran altura. Nunca más volvió a bajar.
Cósimo separó así su suerte de la del resto de su familia, estudio derecho y participó activamente en la vida social y política de su ciudad y región, siempre atento a las necesidades de los demás, intentando ser útil y benefactor, pero siempre desde los árboles.
La rebeldía de un adolescente suele abrirse paso por el más insignificante de los hechos, la más simple cosa cotidiana, puede dar rienda suelta al malestar  que se ha ido gestando en lo más profundo del alma de un adolescente.
Al igual que Cósimo, nuestros adolescentes actuales, se rebelan ante los ambientes dictatoriales que aún prevalecen en nuestras aulas, nuestras casas y el conjunto de nuestra sociedad.
Ante la afirmación de una autoridad desprendida de legitimidad moral, compromiso y cariño sólo queda la peor lectura de la disciplina, el conjunto de normas que, permeada por el positivismo más ramplón, encorsetan e infringen un enorme  dolor en aquellos que se ven abocados a la obediencia sin más.
Ciertas formas y comportamientos, presentes hoy en nuestras instituciones educativas, generan malestar que por su persistencia en el tiempo y en los modelos terminan creando un ambiente de confusión e inhibición  en el sujeto.
Ante esto nuestros adolescentes acometer su resistencia de varias formas:
Sometiéndose ante la autoridad o rebelándose abiertamente  ante ella.
En el primero de los casos,  tendremos a jóvenes hipócritas que harán lo que se les pide acumulando un resquemor malsano que les produce un profundo sentimiento de agravio. En estos casos el sistema no se ocupa y considera que funciona bien puesto que no existe conflicto manifiesto.
En el segundo de los casos, nuestros jóvenes se enfrentaran intentando hacer valer su posición, su forma de ver las cosas y su compromiso con el cambio. En este segundo caso el sistema se defenderá viendo en esos comportamientos el comienzo de la rebeldía y el motín, contra el que hay que defender al status quo.
Nuestro sistema educativo refuerza el primero de los comportamientos porque aparentemente no genera conflicto, mientras que reprime el segundo de ellos porque representa la inestabilidad y el cambio.
El primero de los casos es sin duda el más nocivo y el que más hondas consecuencias tiene en la convivencia democrática y en libertad, porque adormece lo mejor de nuestros estudiantes y reafirma la “armonización” y “homologación” que es con lo único que el sistema está acostumbrado a lidiar. Pero es, sin duda, la peor de las opciones posibles, porque generará un profundo malestar y en el medio-largo plazo promoverá la hipocresía y la falta de autoestima en el propio sujeto.
Éste funcionamiento podría estar detrás de los altos porcentajes de abandono y fracaso escolar de nuestros sistema.
Mientras tanto, los barones rampantes, siguen en los árboles  considerados raros, incómodos y disidentes; Sin embargo  su comportamiento resulta menos nocivo, primero para ellos mismos y después para su sociedad.
Nuestras aulas están plenas de barones rampantes potenciales, no sólo en los pupitres sino en las tarimas, barones que podrían ser canes si tomamos la referencia de nuestra bandera en lugar de la novela de Ítalo Calvino, pero rampantes en cualquiera de los casos.
Quizás, si nuestros árboles estuviesen plenos de ellos, los políticos y gestores educativos  tendrían más difícil tratar el abandono o el fracaso escolar con la ligereza y falta de rigor a la que nos tienen acostumbrados.
Los próximos meses serán determinantes en el debate de la reforma educativa, hablar con profundidad de estos temas es esencial para dilucidar qué tipo de sujeto estamos construyendo, por ello animo a aquellos a los que les queden ganas a seguir el ejemplo del Cósimo y hacer valer sus reflexiones, convicciones y puntos de vista. Retrotraer la marea de pereza y desidia intelectual que parece que nos inunda.

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