SIN PALABRA, SIN MIRADA



Se podría decir que hacer una historia de la comunicación sería como hacer una historia de la mirada humana. La humanidad está constituida por hombres y por mujeres que tienen, en virtud de sus roles sociales, sus experiencias y su herencia histórica diferentes formas de mirar y de ver el mundo.
Todas las sociedades conocidas tienen al hombre como representante en exclusiva de esa mirada y de esa capacidad para comunicar su mirar.
El hombre ha dejado sin palabra y sin mirada a la mujer en virtud de una inexistente e infundada primacía. Sin embargo esa mal entendida primacía sí le ha concedido a la mujer el ser mirada y expuesta de forma obscena, troceada a veces, rota en otras y siempre violada por la mirada masculina.
Asistimos a un uso y abuso indiscriminado del cuerpo femenino para buenaventura de un varón castrado e insatisfecho que busca en el consumo sexual su autosatisfacción, el uso se ha convertido en algo tan habitual que ya no le prestamos atención y cuando se intenta regular este tipo de publicidad se argumenta que es necesaria para equilibrar la balanza económica del Diario en cuestión y, debe ser así, porque  toda la prensa de nuestro país padece del mismo problema.
Nuestras columnas de opinión, los Consejos de redacción, los protagonistas de las noticias o las mismas redacciones del periodismo escrito, que no olvidemos que es el periodismo del cual se nutren el resto de canales comunicacionales,  están en su inmensa mayoría dominadas por hombres. Dejando así sin mirada ni palabra a la mitad de cielo.
La mirada y la palabra son los elementos consustanciales a la humanidad. La mirada nos singulariza y la palabra nos hace seres pensantes. Facilitar esa mirada y esa palabra es función de comunicadores eficaces que consideran ésta como una visión intersubjetiva y por ende más veraz que objetivismo ramplón del cual hablan sólo los que no saben comunicar.
Hurtar esa mirada es más propio de sociedades cerradas, mentecatas y ramplonas que  de aquellas que pretenden que la diversidad, la tolerancia y la equidad sean un valor social que liberalice el potencial creador que toda sociedad posee.
Hurtar la palabra, el análisis, el verbo es más propio de sociedades del pasado que de aquellas que pretenden proyectarse al inminente nuevo presente y nuevo pensar.
Facilitar el acceso de las mujeres a los medios de comunicación escritos de nuestro país no es solo un deber moral y ético sino una defensa cerrada de un nuevo modelo comunicacional más atento a la diversidad y la complejidad que hoy posee la comunicación. Incorporar las diferencias en el mirar, en el atender a la cosa pública es labor no solo del cumplimiento de la Ley de Igualdad, que también, sino de un principio de comunicación global y comprensiva.
Si queremos que nuestros periódicos sean más leídos incorpore nuevos enfoques, nuevos verbos.
Si, como dicen, “sin tetas no hay prensa”, a esto habría que apostillar lo de "sin mujeres no hay comunicación."


Nuria Roldán Arrazola

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