SEXO, MASCULINIDAD, PODER

Sexo y poder: los grandes escándalos sexuales de los políticos

Sexo, masculinidad, poder constituye una tríada conceptual que va desde los más concreto a lo más abstracto. El sexo que confiere la identidad masculina y ésta configura una forma de poder.
Ésta tríada está tan intrínsecamente asociada al ejercicio del poder que los mayores escándalos políticos-sexuales producen una tolerancia social de facto altamente contradictoria con nuestros postulados de equidad.
El caso del director del FMI Dominique Strauss-Kahn  ha puesto de nuevo de manifiesto esa enorme tolerancia social, ante las vejaciones que ejercen los hombres con poder hacia las mujeres. Strauss Kahn aparece como un prototipo masculino que tiene en la promiscuidad  y en la liberación de la pulsión sexual, uno de los elementos  más relevantes de su identidad masculina y por ende del ejercicio del poder.
¿Es posible que los hombres ejerzan  el poder sin la tentación compulsiva de someter a las mujeres a su dominio?.Si como demuestran continuamente las investigaciones sobre la violencia de género, los hombres maltratadores son personajes débiles y cobardes que no encuentran forma de relacionarse con las mujeres sin que exista sumisión por parte de ellas, o lo que es lo mismo, son incapaces de relacionarse con las mujeres en pie de igualdad, ¿podríamos decir que existen diferencias sustantivas entre los hombres maltratadores y los políticos que  utilizando su posición prevalente someten a las mujeres a su voluntad? o que consideran, que en virtud de su cargo, toda mujer objeto de su deseo debe ser sometida.
Desde que Clinton fuese encontrado responsable de toda una serie de infidelidades, más unidas a un desenfreno sexual y una manera de entender las relaciones sexuales más propias de un adolescente que de una persona adulta, pasando por las fiestas y exabruptos sexuales del Sr. Berlusconi hasta los presuntos casos de abusos sexuales del ex director del FMI y candidato socialista a la presidencia francesa, pocas han sido las consecuencias de tales comportamientos públicos.
En todos los casos han sido las propias familias-mujeres quienes han salido en defensa de los abusos de sus esposos o padres, justificándoles o perdonándoles, que es lo mismo.
Los electores no pasaron factura al Sr. Clinton pero si a su esposa cuando ésta se presentó a las primarias de su partido. Hillary Rodham Clinton perdió su credibilidad como feminista, defensora de los derechos de las mujeres, frente  a un electorado progresista que veía en la justificación de los adulterios de su esposo un síntoma de sumisión.
Por otro lado, las compañeras de partido del Sr. Berlusconi tienden a minimizar los comportamientos misóginos de su jefe de filas argumentando que ser un hombre no debe ser un defecto.
Los medios de comunicación franceses parecen más preocupados por la cuantía de las facturas de los hoteles del Sr. Strauss-Kahn que por los testimonios de la camarera que le ha denunciado por haberla forzado en varias ocasiones.
¿En cuantas ocasiones escuchamos comentarios u observamos comportamientos entre políticos y secretarias o compañeras de filas o periodistas que denotan situaciones sexistas y hacemos como sino lo escuchásemos?
Escuchar los comentarios, aplaudir la chirigota o participar en el despelleje habitual de una mujer es poner de manifiesto una correlación de poder que es altamente perjudicial para un sistema democrático que se pretende igualitario.

Nuria Roldán Arrazola

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