ÉTICA Y CRECIMIENTO


 Santiago Grisolía (dcha), ante los premios Nobel integrantes del jurado. | Efe


Después de semanas sometidos a los vaivenes de la prima de riesgo, las reformas financieras y los peligros del rescate, llegan a Valencia 22 premios nobeles y nos sorprenden con una declaración: “La falta de la cultura del esfuerzo se encuentra en las raíces de la crisis económica actual”.
Los premios Rey Jaime I a la investigación hecha en España nos dejan un llamamiento a la ética como eficaz antídoto contra la negligencia que ha imperado en el conjunto de nuestra sociedad.
Después de sesudos análisis económicos donde nos hacían responsables de gastar en exceso o de discursos de austeridad por las posiciones más conservadoras, son los análisis realizados por las visiones más humanistas de la economía los más certeros. Aquella visión de la economía como una ciencia normativa que persigue fines y que nos lleva a un análisis más dialogante de la realidad que nos permite ver con mayor perspectiva las posibles reformas.
No es monopolio español haber abrazado unas teorías morales y políticas que hacen del ciudadano un sujeto débil, sumido en un mar de incertidumbres. No es tampoco autoría exclusiva de la piel de toro la banalización de la vida pública y privada como forma de encubrir la realidad, pero sí es en nuestro país donde toma formas más resistentes.
La influencia del positivismo en nuestras cátedras del ámbito de las ciencias sociales, el refrendo de la academia al relativismo cultural o el auge del posmodernismo como forma de anulación del sujeto son el caldo de cultivo de un proceso histórico que hunde sus raíces en una tradición filosófica que nos ha llevado a un sujeto débil y al predominio del pensamiento único.
El abrazo a los estamentos políticos, sindicales o académicos, entre otros, nos ha imposibilitado abrir los cauces de la modernidad.
Así, la acción de pensar, que en una sociedad democrática debe realizarse en voz alta y clara, se ha visto censurada por la censura más eficaz: la autocensura. El miedo a no progresar, a no ser parte de la pandilla o simplemente a no poder sobrevivir ha sido suficiente para retrotraer las voluntades y dejar hacer, que es, en mi opinión, el peor hacer.
El problema ahora está enquistado, no sólo en las aulas, como dicen algunos que no se atreven a entrar en el fondo de la cuestión, sino en los claustros, en los parlamentos, en los consejos de administración de bancos y cajas de ahorros, en los comités de partidos políticos y sindicatos.
Abrir el cauce del progreso significa liberalizar las fuerzas productivas. Para ello necesitamos una economía política que coloque al individuo como eje fundamental de su análisis y un armazón científico que nos dé medios teóricos para ello.
Dinamitar las pautas, los usos y costumbres que nos impiden colocar la libertad como fin último de la actividad humana es tarea a la que debemos ponernos sin dilación.
Los escollos son todo aquello que nos prohíba o disuada de la acción crítica y el pensamiento autónomo, tenga el color que tenga, o pretenda representar los intereses más loables.

Nuria Roldán Arrazola.

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