DOCENCIA Y MOVILIDAD


El programa de movilidad de nuestros estudiantes, puesto en marcha durante la década de los noventa por la UE, responde a un profundo convencimiento de que la adquisición de habilidades y destrezas tiene una hondísima relación con las experiencias vitales.
Si aprendemos a través de nuestras experiencias vitales también enseñamos a través de esas mismas experiencias vitales. Por ello, parecería razonable pensar que personas con más y mejores experiencias serán también mejores profesionales en nuestras aulas.
Nuestras universidades no se han caracterizado por hacer de las experiencias un vehículo de conocimiento, sino por el contrario, lo que más caracteriza a nuestras universidades es su endogamia. Ésta nos aleja del principio fundamental por el cual se guía el conocimiento, es decir: por su universalidad.
El conocimiento privado de universalidad se transforma en una retahíla de contenidos de difícil significación. La Comunidad de Madrid pone en marcha un programa de contratación de profesorado cualificado anglo parlante para la impartición de esta lengua en nuestros centros formativos. Lejos de convertirse en una amenaza, habría que verlo como una oportunidad para nuestros propios docentes en la impartición de nuestra lengua en otros países miembros de la UE.
Si el aprendizaje y la docencia de una lengua extranjera es una magnífica oportunidad para asir nuevos valores. La movilidad de nuestros docentes es una excelente oportunidad para la incorporación de nuevas experiencias vitales que nos harán, mejores docentes.
¿Cómo vamos a incorporar la diversidad si nunca nos hemos sentidos diferentes? Si nuestro alumnado mejora con la variedad de experiencias vividas, ¿no mejorará nuestra docencia con la incorporación de esas mismas o similares experiencias? Es en ese contexto en el que me gustaría incorporar las recientes declaraciones de nuestra consejera de Empleo. No podemos seguir teorizando la diversidad, el multiculturalismo o la tolerancia cuando nos resistimos a la movilidad. El discurso de la permanencia y el localismo, es en sí mismo un discurso de la resistencia al cambio.
La movilidad es en sí un revulsivo y un mecanismo de progreso social, la movilidad nos fuerza a cuestionar nuestros valores y a contrastarlos con otros. El contraste y la comparación son elementos esenciales de cualquier aprendizaje relevante.
Unos se marchan y otros vendrán, la Unión de la que formamos parte identifica esta movilidad como un síntoma de progreso y no como una amenaza.
Incorporar a nuestro acervo cultural la movilidad como un elemento de progreso y generativo de riqueza social e inmaterial es una tarea pendiente en nuestra sociedad.
A ello deberían destinarse algunos esfuerzos por parte de nuestras políticas públicas, generando nuevos discursos sociales que generen cauces fluidos de comunicación en lugar de angostos desfiladeros por los que sólo transitan los miedos.
Y el miedo no genera aprendizaje, sino represión y de eso ya hemos tenido demasiadas dosis.
Nuria Roldán-Arrazola

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