UN NUEVO FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ



La semana pasada, plena de movilizaciones y anuncios de nuevos marcos normativos, dejó sin apenas notoriedad la comparecencia del ministro de Exteriores en una comisión del Congreso de los Diputados, en lo que fue el análisis más solvente de nuestra política exterior de los últimos años. El repaso realizado por el señor García-Margallo estuvo plagado de reconocimientos, buen hacer y generosidad a las fuerzas políticas en la transición a la democracia, gracias a la cual se dotó a la acción exterior española de una solidez y estabilidad que nunca antes había tenido. García-Margallo definió con magisterio la necesidad de que la política exterior sea considerada una política de Estado. Esto dotaría a nuestra acción exterior de valor predecible, lo que la convertiría en más eficaz y por lo tanto más creíble de cara a nuestros socios europeos o compañeros de pandilla, utilizando el símil del representante del PNV en la citada comisión. El discurso, lleno de referencia a las bases del pensamiento político-moral contemporáneo, Marx, Unamuno, Ortega, Sen, entre otros, no dejó ningún punto sin tocar. La reforma de nuestro servicio exterior planteando la necesidad de que éstos estén al servicio de la economía privada y de las delegaciones europeas, así como que las representaciones de las comunidades autónomas se inserten en las oficinas españolas. El giro copernicano en la cooperación al desarrollo, planteando poner el angular en las condiciones y los procesos de la bonanza de unos países y no en la pobreza de éstos, dará un nuevo enfoque a nuestros planes de desarrollo y cooperación. Una línea argumental recorría todo el discurso: la necesidad de que la economía esté al servicio de la política y no a la viceversa, emanaba de afirmaciones tan sólidas como que la depresión en la que nos hallamos inmersos no es económica, sino política y moral. De ahí la necesidad de una nueva gobernanza mundial. Un economista que deja de serlo para dar paso a un humanista a riesgo de ser tachado de Quijote por la oposición. El ministro debe seguir en la senda de la moderación, de la reflexión y del medio-largo plazo si queremos construir con solvencia el edificio del siglo XXI para ofrecer alguna continuidad a las generaciones venideras. Abandonar el cortoplacismo y la política partidaria es urgente. La semana que nos dejó también tuvo descalificaciones y torpezas que responden a otra visión de la política más anclada en etapas de enfrentamiento que en momentos de reflexión profunda: las declaraciones de su compañero de bancada, el señor Wert, que dejó de definir la política educativa como política de Estado cuando tuvo la ocasión y utiliza ésta como arma arrojadiza y vendetta entre los partidos. Estas dos almas antagónicas conviven hoy en nuestro ejecutivo y en el PP, dos almas que deben encontrar una forma de convivencia que nos estabilice y dé crecimiento. Lo contrario sería apostar por el caos. Estas dos almas han convido durante tiempo en el seno del partido popular, desde la misma transición: un alma que opta por la confrontación, por el recorte de libertades públicas, por las teorías de las confabulaciones o simplemente por el sectarismo, mientras que la otra representa una tradición de moderación, librepensamiento y modernidad que puede tener más consenso en nuestras fronteras y fuera de ellas. No solo entre los votantes tradicionales del PP, sino en grandes sectores sociales. Discernir esto es esencial para dar solidez y cohesión a este ejecutivo y a la sociedad española.

Nuria Roldán-Arrazola

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