¿Crisis de besos?
Resulta difícil discernir si nos besamos menos por la crisis o ésta solo acentúa una tendencia reincidente de los últimos tiempos.
Tocarnos, acariciarnos, olernos o sencillamente reconocernos en los otros resulta aún políticamente incorrecto.
Decir que la economía, los afectos y la expresión de los mismos son parte de una misma realidad no es decir mucho, por lo cual prefiero adentrarme en la tipología de los besos.
Se besa para saludar, para mostrar afecto o empatía por alguien, se besa como expresión de relajación y ausencia de rictus o tensión.
Nos besamos en las mejillas, en la frente o en los labios. Nos besamos para despedirnos y para saludarnos, para desearnos buenos augurios, para reconfortarnos, para mostrar empatía y solidaridad.
Nos besamos. Resulta imposible hablar de humanidad sin besos.
Podemos recorrer nuestra historia más cercana a través de los besos. Klimt, a finales de siglo XIX, mostró su alternativa al arte conservador con su beso, un beso que se muestra eterno y etéreo en un atmósfera de incertidumbre y transición al modernismo.
Escasos diez años después, la escultura del beso de Rodin se ve catapultada a una especie de referente de una sensualidad erótica que goza de una enorme popularidad en las poblaciones frente a la rigidez de las clases dirigentes.
Lo que confiere la irreverencia del beso de Rodin es la exhibición pública de la felicidad compartida.
Años después la fotografía del beso en el ayuntamiento de París (Robert Doisneau) publicado en la revista American Life eleva la exaltación afectiva del beso público a la plástica del siglo XX.
La ciudad saliendo de la recesión de la segunda guerra mundial que pretende dar un impulso a la felicidad colectiva.
Los besos son un aliento, un paréntesis para tomar impulso ante la adversidad, un refugio cálido que nos adormece y tranquiliza a los que identificamos como el hogar.
Besar se ha convertido en una excepción cuando debería ser una rutina, deseamos los besos aunque no nos atrevamos a pedirlos ni siquiera a insinuarlos.
Besar nos puede hacer más vulnerables, al tiempo que más accesibles y humanos y por ello más felices.
La felicidad y la expresión de la misma nos fortalecen frente a la adversidad.
La rutina y crudeza de nuestras cotidianeidades no nos puede hacer indiferentes a los gestos de reconocimiento y de afecto de los otros.
Vivir con besos es un mejor vivir, sin duda.
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