Los deberes de José Manuel Soria


Mariano Rajoy , posa junto a los ministros de su gabinete para la foto de familia antes de presidir la primera reunión de su Consejo de ministros.

De nuevo un canario en el Ejecutivo central. De nuevo el reto de la ubicuidad. Un reto confiado sólo a los dioses del Olimpo. De la caldera de Bandama a la meseta castellana, de la calidez y buenaventura climática a la escarcha matutina.
José Manuel Soria forma parte de un ejecutivo obligado a ser impopular, a seguir los dictados del Berlín con poco margen de maniobra y con mucho coste social.
Ahora toca hacer; han dejado de ser oposición y son ejecutivo y como tal decidirán y ejecutarán con grandes dosis de frustración y de resistencia dentro de sus propias filas. El nuevo ejecutivo nace sabiendo que algunas de las principales carteras se inmolarán a lo largo del primer año, el cálculo está hecho y asumido en la cuenta de resultados.
El nuevo ministro canario tiene el reto de hacer comprender a sus votantes, tanto a los fieles como a los accidentales, que es mejor tener un eficiente ministro canario en el Gobierno de España que unos diputados nacionalistas que insisten en querer pescar pero que no llevan caña, máxime cuando la pesca está tan escasa.
Ante los retos de la globalización económica y social los discursos parciales y segregantes se convierten en una interferencia para proyectar país.
La práctica de ida y vuelta que lleva realizando José Manuel Soria en los últimos años, en su doble condición de líder nacional y autonómico, debería tener una traducción en un discurso político plural, abierto y moderno que nos catapulte a la excelencia y que arroje definitivamente al mar la debilidad mental, la política del cortoplacista y del vuelva usted mañana de nuestro querido Larra.
Para ello no sólo se necesita el “gobierno de los mejores” sino la confluencia de unas prácticas profundamente democráticas enraizadas en la mejor de las tradiciones liberales y librepensadoras europeas, las que dieron origen a los derechos individuales y por lo tanto a la arquitectura de nuestra convivencia; promoviendo la secularización como un profundo entramado moral que vertebra al ciudadano como eje principal del quehacer político. Ignorar o aparcar estos presupuestos podría llevar acarreado la aplicación de unas simples recetas macroeconómicas que de nuevo dejen a la ciudadanía al pairo de los cantos de sirenas de ideologías debilitadoras del sujeto y por tanto de la democracia.
Buena travesía.
Nuria Roldán-Arrazola

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