El mercader de Venezia


La escena cuarta de la tragicomedia shakesperiana el mercader de Venezia es un buen ejemplo del poder de la justicia renacentista para limitar la codicia del poder económico.
El usurero judío Shylock acude al Palacio Ducal de Venecia para solicitar se cumpla el contrato entre el mercader veneciano, Antonio, y él mismo. El contrato establece el pago de una libra de su propia carne por cada uno de los días que pasarán sin que éste le devolviese el dinero prestado.
La sentencia del Dux Veneciano es sobradamente conocida: Tomarás una libra de carne del deudor pero sin derramar su sangre.
Shakespeare, como ejemplo de la dramaturgia renacentista, acude a la limitación de la usura como valor humanista que regula los comportamientos entre ciudadanos. Poniendo así límite ante los abusos de los valores del mercantilismo salvaje.
Limitar el poder económico implica reconocer que existe un precio justo.
La usura no es una práctica aceptada por el poder político democrático.
La limitación de los créditos hipotecarios para con sus clientes debe tener el límite de la sangre de la que hablaba el Dux Veneciano, es decir, puedes tomar tus precio pero no un precio excesivo que suponga la deuda de por vida de un ciudadano.
Son múltiples los ejemplos, que a lo largo de nuestra tradición cultural existen de la limitación de la usura, Platón, Aristóteles o el propia Séneca, más reciente aún y en nuestro país la ley Azcarate, (1908) que declara nulo todo contrato en que se estipule todo interés desproporcionado.
Una defensa cerrada de la ética política para la limitación de la acción económica es imprescindible en nuestro Estado Social y Democrático de Derecho.
Si en estos días nos planteamos que estamos ante una crisis de inevitables cambios tecnológicos. Algunos de nuestros representantes políticos declaran que estamos ante una nueva revolución tecnológica, no es menos cierto, que ésta debe devenir de una revolución moral que ponga límites a la avaricia de los poderosos a través de una acción política hondamente imbricada en una tradición humanista que alumbre un siglo XXI dominado por la ética.
Si la economía permea el mundo de los afectos y las relaciones personales, no es menos cierto, que las afecciones/desafecciones están permeando el comportamiento económico y por ello la acción sobre la economía.
Para una saludable y democrática limitación de los impulsos y deseos de la codicia.
La acción política de gobiernos y representantes públicos debe encaminarse a preservar valores que favorezcan la convivencia y afiancen la confianza en los representantes públicos.
Lo contrario sería ahondar en la honda brecha entre representantes y representados, que hoy toma tintes preocupantes para nuestra salud democrática.

Nuria Roldán-Arrazola

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