DEMOCRACIA SIN CIUDADANOS II


Monumento a las Cortes de 1812. Cádiz.
Representa un hemiciclo y un sillón presidencial vacio. En cada brazo aparecen las estatuas ecuestres de la paz y la guerra, en bronce. En el centro una pilastrea se eleva para finalizar en figuras alegóricas que sostiene el texto constitucional. A los pies de esta pilastra aparecen una matrona, que representa España, a ambos lados grupos escultóricos de la agricultura y la ciudadanía, detrás Hércules, y los nombres de los diputados más destacados.

Si, como vengo defendiendo, nuestra democracia está amordazada por la partitocracia. Engarzada en un enrevesado marasmo de intereses donde el individuo ha sido sutil, pero eficientemente socializado en la irresponsabilidad y por ende en la dependencia.
Dependencia del gobierno de turno que trunca voluntades y manda donde debería gobernar.
La reconquista de la autonomía ciudadana pasa ineludiblemente por gobiernos legítimos centrados en dos elementos fundamentales:
La defensa de los intereses generales y el respeto estricto a la legalidad democrática inspirada por los principios fundamentales de Justicia e Igualdad.
Cambiar los gobiernos mandones por gobiernos que ejerciten la razón pública, es decir, la toma de decisiones con rigor científico, que no ideológico y cortoplacista.
Gobiernos que emprendan una reforma electoral encaminada a debilitar el poder de la oligarquía partidaria favoreciendo el fortalecimiento del individuo en lugar del estamento.
Gobiernos que superen el estado positivista en el que estamos inmersos, que ha conseguido que creamos que aquello que tenemos es fruto de la graciosa merced de nuestros gobernantes y no del esfuerzo económico y de solidaridad de toda nuestra sociedad. Gobiernos  apuntalados en las políticas de subvenciones que dan y quitan dependiendo de su clientela.
Gobernantes que no déspotas o mandones que han convertido la razón pública en la sinrazón, la autonomía en dependencia y la ética ciudadana en la moral del esclavo, el servicio público en el lucro privado y la negociación en entrega.
Sólo el ejercicio ético del gobierno y la permanencia en la defensa del interés común puede ir restaurando la desafección política que amenaza seriamente nuestra convivencia.  
Nuria Roldán-Arrazola  

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