¿Y SI TU FUERAS MADRE ?
¿Eres madre?, o ¿quizá eres la persona que hace los sacrificios y las penitencias para que el resto viva de lujo?
¿De qué madre están hablando algunas fuerzas políticas cuando defienden la libertad de las mujeres para cuidar de sus hijos?
¿La madre que tiene prevista la comida de la semana, la ropa limpia en el cajón o la madre que sale a disfrutar de la nieve en el Parque Nacional del Teide un domingo de comienzo primaveral?
¿O quizá la madre llena de agujetas un lunes por la mañana por haber pedaleado más de la cuenta durante el fin de semana?, o ¿quizá a la que le duele la espalda por la tanda de plancha que ha tenido que dejar lista para el resto de días que tiene la larga semana?
Cuidar significa asistir, guardar, conservar; cuidar de la ropa, de los hijos, de la hacienda. Sin embargo cuidar también significa, en la tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, discurrir, pensar.
¿En qué cree que piensan nuestras madres? ¿En las condiciones apriorísticas del pensamiento? ¿En cómo vertebrar el derecho de la minorías en las democracias occidentales?, o ¿quizá en cómo evitar que su hijo se chupe el dedo después de los cinco años? Pues en todas esas cosas a la vez, y en algunas más.
No es un poco ineficiente formar a nuestras mujeres con largas carreras académicas, másteres o doctorados para que después se dediquen a calcular cuántas calorías tiene un plato de espaguetis, o cómo encontrar el método más eficaz para repeler los piojos u otros insectos que buscan acomodo en el cuerpo de los críos.
¿Qué estamos haciendo? Invertimos nuestros escasos recursos económicos en formar a nuestras ciudadanas, a la mitad de la población, para luego desposeerlas de sus lógicas y razonables ambiciones de crecimiento personal y autonomía, las que posibilitan una vida plena donde los afectos no obstaculicen los deseos o éstos estén condicionando las opciones profesionales.
Si la riqueza de las naciones son las personas y educar es básicamente poner las condiciones para el desarrollo del talento, ¿cómo es posible que después de realizar la inversión más costosa en nuestra ciudadanía la despilfarremos dedicándola en exclusividad a las labores reproductivas, por ejemplo?
Es sostenible dedicar en exclusiva a la mitad de nuestra población al cuidado de otras personas, mientras la otra mitad se enajena de esta labor dedicándose en exclusividad a su de-sarrollo personal y profesional mientras una mujer bien formada cuida de sus hijos y también de su hacienda, entre otras funciones.
¿Es sostenible este modelo?
Podríamos apostar por educar en el autocuidado, por educar en la autonomía y por el hedonismo en las relaciones entre iguales, por no confundir el hecho de cuidar con el de amar, o lo que es más difícil aún: amar sin cuidar.
Nuria Roldán
¿De qué madre están hablando algunas fuerzas políticas cuando defienden la libertad de las mujeres para cuidar de sus hijos?
¿La madre que tiene prevista la comida de la semana, la ropa limpia en el cajón o la madre que sale a disfrutar de la nieve en el Parque Nacional del Teide un domingo de comienzo primaveral?
¿O quizá la madre llena de agujetas un lunes por la mañana por haber pedaleado más de la cuenta durante el fin de semana?, o ¿quizá a la que le duele la espalda por la tanda de plancha que ha tenido que dejar lista para el resto de días que tiene la larga semana?
Cuidar significa asistir, guardar, conservar; cuidar de la ropa, de los hijos, de la hacienda. Sin embargo cuidar también significa, en la tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, discurrir, pensar.
¿En qué cree que piensan nuestras madres? ¿En las condiciones apriorísticas del pensamiento? ¿En cómo vertebrar el derecho de la minorías en las democracias occidentales?, o ¿quizá en cómo evitar que su hijo se chupe el dedo después de los cinco años? Pues en todas esas cosas a la vez, y en algunas más.
No es un poco ineficiente formar a nuestras mujeres con largas carreras académicas, másteres o doctorados para que después se dediquen a calcular cuántas calorías tiene un plato de espaguetis, o cómo encontrar el método más eficaz para repeler los piojos u otros insectos que buscan acomodo en el cuerpo de los críos.
¿Qué estamos haciendo? Invertimos nuestros escasos recursos económicos en formar a nuestras ciudadanas, a la mitad de la población, para luego desposeerlas de sus lógicas y razonables ambiciones de crecimiento personal y autonomía, las que posibilitan una vida plena donde los afectos no obstaculicen los deseos o éstos estén condicionando las opciones profesionales.
Si la riqueza de las naciones son las personas y educar es básicamente poner las condiciones para el desarrollo del talento, ¿cómo es posible que después de realizar la inversión más costosa en nuestra ciudadanía la despilfarremos dedicándola en exclusividad a las labores reproductivas, por ejemplo?
Es sostenible dedicar en exclusiva a la mitad de nuestra población al cuidado de otras personas, mientras la otra mitad se enajena de esta labor dedicándose en exclusividad a su de-sarrollo personal y profesional mientras una mujer bien formada cuida de sus hijos y también de su hacienda, entre otras funciones.
¿Es sostenible este modelo?
Podríamos apostar por educar en el autocuidado, por educar en la autonomía y por el hedonismo en las relaciones entre iguales, por no confundir el hecho de cuidar con el de amar, o lo que es más difícil aún: amar sin cuidar.
Nuria Roldán
Leo con interés su artículo de opinión “¿Y si tú fueras madre?” publicado en Diario de Avisos y me animo a escribirle estas líneas como reflexión personal. Soy un padre treintañero recién estrenado hace seis meses y vivo en carnes propias junto con mi mujer escenas cotidianas similares a las que usted describe para ilustrar sus argumentos. Ambos estamos formados, tenemos inquietudes intelectuales y hemos dado el paso sabiendo que renunciaríamos a ciertas ambiciones profesionales para dedicarnos por completo al cuidado de nuestra hija.
ResponderEliminarDeduzco de sus argumentos y de su conclusión que usted critica el doble rasero de nuestra sociedad y de nuestra clase política a la hora de, por un lado, incentivar la independencia y la formación de la mujer y, por el otro, no hacer nada para evitar que, llegado el momento de hacer sacrificios por los hijos, sea la mujer la que paga los platos rotos porque tradicionalmente ha sido ella la que ha llevado el peso del cuidado de los hijos y de la hacienda. Pues bien, yo también como padre plancho y me preocupo por la chupa o cómo esterilizar el biberón al tiempo que preparo mis clases o traduzco artículos científicos. Es ley de vida cuando decidimos tener hijos –y ocuparnos de ellos- y es natural que tanto la madre como el padre asuman sus papeles, distintos y complementarios, y se dediquen a la tarea del cuidado cada uno con su estilo compatibilizándola con su “crecimiento personal” –también esta tarea supone un crecimiento personal, no nos quepa la menor duda-. Por tanto no entraría yo como usted intuyo que lo hace en lamentar la caída en desgracia de la mujer trabajadora y madre sino que recordaría que la decisión de tener hijos por ambos miembros de la pareja es voluntaria y responsable para ambos.
Otro asunto es el de la independencia y la autonomía; quizás nuestra cultura, la idiosincrasia de las islas y la manera en que en aquí nos relacionamos entre iguales y en familia nos impulse a la tendencia contraria. En esto sí comparto su opinión de la necesidad de educar en autonomía y autocuidado pero con un inciso: menciona usted el difícil reto de “amar sin cuidar”; no sé si quizás lo anhela usted. No creo que podamos llegar tan lejos sin renunciar a nuestra esencia vital; considero que no sólo es difícil, sino que es imposible. Le transcribo para terminar un fragmento del capítulo “naturaleza del cuidado” de la obra “El cuidado esencial: ética de lo humano, compasión por la Tierra” del filósofo y teólogo de la Liberación Leonardo Boff en el que interpreta, como en su artículo, las acepciones del término cuidado: […] según otros, el término “cuidado” derivaría de cogitare-cogitatus, que se corrompe en las formas de coyedar, coidar, cuidar. El sentido de cogitare-cogitatus es el mismo que el de “cura”: cogitar, pensar, poner atención, mostrar interés, manifestar una actitud de desvelo y de preocupación. El cuidado sólo surge cuando la existencia de alguien tiene importancia para mí. Paso entonces a dedicarme a él; me dispongo a participar de su destino, de sus búsquedas, de sus sufrimientos y de sus éxitos, en definitiva, de su vida. “Cuidado” significa, entonces, desvelo, solicitud, diligencia, celo, atención, delicadeza. Como decíamos, estamos frente a una actitud fundamental, un “modo-de-ser” mediante el cual la persona sale de sí y se centra en el otro con desvelo y solicitud. […].
jorge soriano jsoriano80@hotmail.com
comparto con el teólogo el interés por el cuidado salvo que pongo más énfasis en la vluntariedad. El amor como el cuidado son cuestiones voluntarias y no obligaciones, creo que estamos atendiendo a un momento en el que todo cambia y el amor tambien no creo que sea posible mantener relaciones fundamentadas en la necesidad y la dependencia sino en el respeto y el amor. estamos ante cambios realmente profundos en el propio concepto de persona.
ResponderEliminarMe parece muy interesante que retomemos el cuidado como conocimiento cogitare interesante siempre la etimología para ver que encierran las palabras. un placer compartir y muchas suerte y mucho disfrute en la crianza.