Sexo, mentiras y libertad
Los debates públicos sobre la prostitución suelen estar demasiado determinados por dos binomios. Legalización/ilegalización, regulación/desregulación, dejando al margen algunos otros elementos que podría abrir el angular de un fenómeno persistente en nuestras sociedades y que tantas contradicciones nos genera.
Desde Roma a la actualidad muchas han sido las formas de regulación que se han puesto en marcha. Roma clasificaba a las mujeres que ejercían la prostitución dependiendo de su extracción social y del lugar donde ejercían.
Sus diferentes denominaciones iban desde las meretrices que estaban obligadas a registrarse y pagar impuestos hasta las bustuariae que ejercían en los cementerios y estaban eximidas del pago.
Las prostitutas se exhibían a las afueras de los lupanares y anunciaban los precios y servicios en los muros de la ciudad.
Desde el censor Catón el Viejo que defiende la prostitución para que los hombres poseídos por la lujuria no molesten a las mujeres de otros hombres, hasta las autoridades eclesiásticas que gobiernan las ciudades europeas en la Baja Edad Media, gravando a las prostitutas o a los propietarios de los prostíbulos y regulando de la seguridad en dichos lugares y alrededores, pasando por San Agustín que defiende la prostitución como un mal necesario.
Las referencias a la prostitución en Europa son antiguas y encaminadas a su regulación.
Poco parece haber cambiado la situación salvo por la inevitable dimensión que los nuevos medios de difusión otorgan a cualquier hecho social y también a la prostitución.
Sin embargo existen dos elementos comunes al fenómeno de la prostitución que no suele tratarse en los medios de comunicación, a saber: la generalizada aceptación de la exclusividad de la sexualidad dentro del matrimonio y el ejercicio de una libertad sexual al margen del afecto.
Hoy seguimos negando, de forma hipócrita, el consumo de prostitución y seguimos mintiendo sobre la fidelidad en la pareja, tan es así que la dinámica de lo políticamente correcto ha acuñado un término: la infidelidad consentida, que pareciese atender a lo que hasta ahora no se ha explicitado por more de mantener las formas sociales.
Por otro lado el binomio sexo-amor sigue siendo aún lo políticamente correcto y continua considerándose el placer sexual como algo sucio y por lo tanto sancionable.
Mientras tanto seguimos colocando la defensa de los menores como mera excusa de la contradicción a la que los adultos no respondemos, reproduciendo así el problema.
Hora es ya de acometer reflexiones de hondo calado que nos alejen de posiciones perezosas que reducen los problemas sociales a meros problemas legislativos sin tener en consideración que la norma en los sistemas democráticos debería responder a una articulación de la sociedad civil y no a tiranizar a la sociedad civil a través de una norma.
Nuria Rodán
Si regulamos la prostitución des de un punto positivo supondria aceptar la infidelidad como algo normal. La moral que nos transmite la sociedad no lo permite. De ahi a crear esa infidelidad consentida. Si aceptaramos la infidelidad, se desmontaria el modelo de pareja-familia, que nos han enseñado. Eso supone un trabajo de reflexión, introspección i evolución tanto para la mujer como para el hombre. Quizás sea el momento o no?
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