LA INVISIBILIDAD DEL ENVEJECIMIENTO

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Los hechos ocurridos en Navalcarnero (Madrid) donde dos ancianos fallecieron fruto de un error humano, al ser olvidados por su cuidador en un microbus, nos ponen de manifiesto varios asuntos de hondo calado en una sociedad donde la esperanza de vida es mayor y la capacidad de cuidado de las familias se ha colapsado.
Si el aumento de la longevidad es un avance social y democrático que deviene de un aumento en las condiciones de vida, éste también requerirá un aumento en la cantidad y calidad de los servicios de cuidado.
La irregular y reducida implantación de la ley de dependencia, junto a la escasa oferta de plazas en centros públicos, y el consabido sentimiento de culpa de los familiares por no poder atender a sus mayores en su propia casa, hace que el drama este servido.
 ¿Cuáles son las razones profundas que hacen que un cuidador olvide a los ancianos en el microbus durante 10 largas horas?  ¿Dónde se encuentran sus familias? ¿Y los profesionales del centro que no los echan en falta hasta 10 horas después?.
Las sociedades occidentales que han creado compartimentos estancos, de mayores, de jóvenes, de mujeres, de menores etc. generan compartimentos que nunca coinciden.
Es difícil recordar cuando vimos o estuvimos con una persona mayor, solo en situaciones ocasionales nos encontramos con ellas, fiestas familiares, navidades etc
Lo cierto es que no  forman parte de nuestra cotidianidad.
La vejez no forma parte de nuestras vidas, nuestro lugar de trabajo, el gimnasio, le transporte etc. no acoge a nuestros mayores.
Los mayores están recluidos y sus familias se sienten angustiados por ello, porque saben que la estancia prolongada en las residencias no son lo más recomendable para su salud mental y emocional.
Si las familias no pueden asumir sus cuidados, por los ritmos que imponen las sociedades postindustriales, las administraciones  no desarrollan y dotan correctamente las situaciones de dependencia, ¿Cuáles son entonces las medidas a tomar?.
Con independencia de la exigencia a nuestras administraciones en el cumplimiento de la Ley, habría que ir pensando en crear espacios de solidaridad sin intermediarios.
Existen ya experiencias de grupos de mayores que deciden compartir vivienda, cuidados y atención en la tercera edad que haga más llevadero la soledad y la sensación de vulnerabilidad que produce la edad.
Proveernos del cuidado y afecto necesario es también un acto de ciudadanía, una muestra de nuestra autonomía frente a una demanda de cuidados que no es atendida por el Estado.
La institucionalización de la vejez como  etapa de la vida que antecede a la muerte hace que no enfoquemos correctamente los acontecimientos. Obligarnos a mirar es un ejercicio muy saludable.

Nuria Roldan Arrazola

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